Las sandías no son para este verano

He leído que la culpa de la escasez de la fruta por antonomasia del verano es producto de una letal combinación: la pertinaz sequía interrumpida por un violento granizo a destiempo y trufada por las torrenciales lluvias de junio. Hemos vuelto loco al tiempo, por decirlo suavemente, y ese efecto mariposa aplicado al clima hace que, este verano, comer sandía de la buena, de la dulce, jugosa y sabrosa; sea misión poco menos que imposible, un lujo asiático al alcance de Tom Cruise y pocos más.

Aparecer en las redes hincándole el diente a una gran raja roja de sandía en el rebajale pedregoso de nuestras playas, esas que parecen ríos, será el equivalente granaíno a beber Dom Pérignon Vintage en una infinity pool frente al skyline de Macao. Va a valer más un collar hecho con pepitas de sandía que de diamantes de varios kilates.

¿Se acuerdan de los tiempos de las sandías enterradas en arena, a la orilla del mar, para que estuvieran fresquitas? Suena a añejo, a viejuno. Puede parecer cateto. Pero al menos, entonces había buenas sandías, y bien baratas, que echarse a la boca.

A estas primeras alturas de verano, me tomo con humor estas cosas. Pero no tienen ni pizca de gracia, a nada que lo pensemos. Son puestos de trabajo y riqueza que se quedan en el camino, más allá de nuestro disfrute en la mesa. Y ya que estamos, ojo a lo que va a pasar con el aceite de oliva virgen extra, que la cosecha fue ruinosa este año y se prevén importantes subidas de precio. Y vamos a ver la vendimia, que con las lluvias tardías apareció oidio en algunos viñedos.