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El jardín de los sabores viaja a platos atávicos y aire limpio. J. León
Una propuesta de Pablo Amate para disfrutar de las terrazas de bares y restaurantes rurales de la provincia

Terrazas y veladores rurales en la provicia de Granada

Dimes y diretes de los sabores ·

No hace falta pugnar por una mesa a la puerta de casa. Tenemos la provincia más variada de España, con las Alpujarras para disfrutar hedonísticamente, en el mejor sentido de la palabra, y otros muchos lugares singulares y atractivos

pablo amate

Granada

Jueves, 21 de mayo 2020, 23:41

¿Por horas, aforo, tipo de consumición o todo a la vez? Creo que hosteleros, hoteleros y clientes deberíamos tenerlo claro a la hora de acudir a alguno de estos establecimientos para que no haya problemas y gozar del buen momento que supone sentarte ante una mesa de una terraza, y ojalá que pronto en el interior, de los restaurantes que puedan ir abriendo, aunque tengan un aforo limitado. No estaría mal que desde la Federación de Hostelería se hiciera una campaña divulgativa en la prensa para conocimiento de todos los granadinos. Se evitarían situaciones incómodas para todos y serviría de ayuda a las fuerzas de seguridad, que cada día tienen que abordar este tipo de situaciones. Se trataría así de ayudar a que el consumidor cumpla las normas establecidas.

Los que tengan para gastar y disfrutar no pueden fundamentarse en comentarios que han escuchado o mensajes que han recibido por whatsapp, porque el asunto puede acabar con multas graves en todos los sentidos. Hemos leído la cantidad de sancionados de todo tipo, porque hay criaturas que solo tienen el sentido común para echar la mañana. Pero algo de mala leche les sobra.

¿Nunca fueron a un bar?

Cuando leo en IDEAL lo que han dicho algunos ministros me estremezco. Estos ditirambos me hacen pensar que los miembros y 'miembras' del Gobierno del Reino de España (según el permiso de conducir) no fueron jamás a un negocio hostelero. Oigo que lo máximo en una terraza sentados es una hora (Bilbao) Pero ¿cuándo empieza a correr el tiempo? ¿Al sentarse, cuando apunta tu comanda, o el cronómetro se pone en marcha al llegar las consumiciones a la mesa? No es lo mismo pedir un café con churros que una paella o patatas con costillas. Por eso, tengan en cuenta que quizá sea también conveniente dejar la capital y viajar en el sentido más epicúreo y palatal: disfrute culturas rurales enuna mesa sin salir de los límites provinciales.

El jardín de los sabores

Les propongo un ambiente limpio, sin aglomeración alguna: un jardín, con sabores, por ejemplo, en Capileira. A primera vista, puede parecer una entelequia. El cocinero indio, de India, hace veraz la cocina hindú, con picante al gusto. Y la cocinera del pueblo guisa recetas alpujarreñas fidedignas y tradicionales. Disponen de una amplia terraza con vistas para poder mantener distancias sanitarias de sobra. Todo dirigido por Mati García Lara y el buen hacer del arrendador de tan bucólico paraje, el gran Paco López, genio y figura.

Sabores atávicos

Es una maravilla contemplar los parajes y pueblos engarzados a lomos y 'pechos' de la Penibética, mientras comes auténticos papadam, samosa de carne o vegetal, el tikka masala de pollo, gambas o queso. Sin olvidar el arroz pulau. En la otra banda no faltan ricas patatas a lo pobre con chuletas de cordero, guisos camperos, etc. A la vista, cumbres libres de pandemias y gentes que se saludan al cruzarse entre ellos, con buena climatología, tranquilidad y excelentes alimentos. Un paraíso. Sólo hay que saber dónde podemos dormir., si lo que nos apetece es no regresar el mismo día.

Un poner, digo yo

Si en una mesa, con las debidas medidas profilácticas sanitarias, podemos sentarnos diez amigos, ¿podríamos dejar sitio a otras personas, sin roce, ni contacto, y cada uno pagar su cuenta, asunto que también puede ser pandemia, si no somos diez? Esto se hacía en restaurantes y fondas de poca monta, que te sentaban a un señor y tenías que comer con un individuo, de porte peculiar, empeñado en hablar con la boca llena, dando conversación y con preguntas descaradas.

Sucedía y sucede por algunos lares todavía en casas de comidas o pensiones para huéspedes fijos. Había una mesa corrida, donde cada uno de ellos tenía su servilleta, que se lavaba cada 15 días, junto a su botella de vino, con el nombre del alojado, que al terminar el condumio hacía una raya a bolígrafo en la etiqueta para saber por dónde deja el 'pirriaque'. Cosa que el camarero, con más tiros que diana de feria, volvía a marcar, tras echarse al coleto un 'vasico' a la salud del huésped. Así con todas las botellas. Lo de compartir la mesa con desconocidos es propio en muchas zonas turísticas, donde ancianos extranjeros ocupan con normalidad una parte de la mesa y sin pedir permiso.

¡Ojo, y de cruceros!

No hay cosas que más me enfade que en un crucero, por mucho lujo que digan y te cueste un dineral, te obliguen a sentarte con otras parejas desconocidas, preguntonas y gorronas. Tuve un sucedido. Comprendo que hay criaturas con sólo un viaje al año. Yo vivo en la carretera, aviones, coches, helicópteros, autobuses, y tengo millones de kilómetros y de pernoctaciones en hoteles de los cinco continentes –ahora llamados Carrefour (malo el chiste, jajaja)–. A lo que vamos. En una merecida escapada con mi esposa, se empeñaron en sentarnos con otras parejas en la misma mesa. Indiqué al maître que por escrito había pedido mesa sólo para dos. El 'petimetre' no cedió y esa noche dieron bien el coñazo con miles de preguntas. Se bebieron mi borgoña 'Cru Classe' diciendo que estaba gracioso aquel vinillo de los 'franchutes' «porque ellos sólo tomaban el agua incluida en el precio del menú».

Vendetta, porca miseria

La siguiente noche ya estaban sentadas las dos parejas dispuestas a pegar la hebra y beberse mi vino. Pedí su atención. En tono bajo de voz expliqué: «Esta señora que está junto a mí, no es mi mujer» «¡Ahhh»- todos exclamaron con falso y sentido reproche. – «No es lo que piensan»–, proferí flemático. Caras de asombro. –«Se trata de mi clienta»–, revelé. «Soy asesino a sueldo, lo que llaman un sicario. Ella me ha contratado para que asesine, previa tortura, a la nueva futura esposa y al perro de su ex marido. Todo para que él firme un papel dándole una pensión más espléndida y dadivosa. Ahora, ya lo saben. No puedo dejar testigos o chivatos. Me va la vida en ello». Mientras esto decía a media voz, mi mujer y yo bebíamos champán del bueno. Una mano en mi copa y con la otra sujetaba el cuello de la botella a modo de arma violenta a utilizar. La verdad era para que no se lo bebieran. Temblorosos, los cuatros gorrones tragaron saliva y se levantaron en silencio.

A lo que vamos

No tengan ansiedad por un velador. Problema es el que afrenta Francia e Italia. Sus sillas y mesas están pegadas unas con otras. Y no sólo en cafés o 'brasseries'. El mítico restaurante del boulevar Saint-Germain, sede extra oficial del expresidente francés Mitterrand, era la Brasserie Lipp. En uno de mis viajes llevé a mi hija. Las mesas, tan pegadas, hicieron que la chica de al lado, tomase mi pan al creer que era el suyo. Reímos mi doctorada hija y yo. Si bien lo mejor es cuando dije al 'garçon' que le cobrará el pan a la mesa de al lado. Era mi 'vendetta'. París, jamás será lo mismo. Cuídense.

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