Pepe llega corriendo, como siempre. Saluda a unos y otros con su bonhomía natural y, por fin, se sienta a una de las mesas de ... la terraza de Las Titas. Hablamos con él un par de días antes de cerrar un ciclo de 17 años. La primera pregunta es inevitable: ¿cómo está viviendo estos días? «Bien, bien, pero con nostalgia claro. Nunca piensas en el final de un negocio, pero por circunstancias ajenas a mi voluntad, este tenía fecha de caducidad».
La nostalgia, sin embargo, apenas dura unos segundos. Casi de inmediato, una gran sonrisa ilumina su rostro. «No pierdo la esperanza de que se pueda recuperar en el futuro, que si veinte años no es nada, diez pasan en un suspiro y en 2031 me encontraré con más madurez y experiencia». Y lo dice con ojos chisposos y divertidos, a falta de febril mirada.
Para Pepe Torres ha sido una satisfacción personal y profesional regentar con todo el respeto del mundo un establecimiento situado «en estos maravillosos jardines» y quiere agradecer a la clientela granadina su confianza y fidelidad, además de pedir disculpas por las ocasiones en que su equipo haya podido meter la pata. Pero si una cosa tiene clara es que en estos 17 años, «lo que jamás ha faltado es corazón y cariño».
Pepe Torres desliza varias veces en la conversación una de sus máximas: «la hostelería es un trabajo, pero sobre todo, es una forma de vida. Las Titas me lo han demostrado: todas las horas y más horas que hemos echado aquí se pasaban volando». Y destaca el enclave, único, que lo convierte en un lugar emblemático de Granada. «Siempre hemos respetado el entorno físico y humano, que es un privilegio estar en medio de unos jardines franceses del siglo XVIII. Es un marco realmente incomparable».
En este punto, la memoria empieza a retroceder y nos transporta a los años 60 y 70 del pasado siglo, cuando Pepe era un chavea y acompañaba a su padre a venderle a los sobrinos de Las Titas originales el vino de su bodega, La Mancha. «Entonces se abría el Día de la Cruz y se cerraba el Día de Virgen, que apenas había unos toldos. Y aquí se celebraba el Corpus,t ambién».
«Quiero agradecer a la clientela granadina su confianza y fidelidad a lo largo de estos años»
Después, la cosa languideció y solo quedaron dos kioscos sin predicamento alguno. Pepe continuó la senda de su padre en La Mancha y Castañeda hasta que en 2002 surgió un proyecto para revitalizar Las Titas de manos de los responsables de Granada 10. «Yo les hacía el catering para sus eventos, que estábamos puerta con puerta», recuerda Pepe, «por lo que afrontamos juntos este desafío: ellos se encargarían de las copas y yo de la comida».
Se construyó un edificio que permitiera abrir todo el año, inspirado en el Palacio de Cristal de Madrid, pero con su personalidad propia, y el 27 de abril del 2004 se inauguraba el nuevo Kiosco Las Titas. Tres años después, en 2007, los socios de Torres iniciaron su expansión internacional y depositaron en él toda la confianza para que gestionara el negocio solo. «De no haber salido de la barra en toda mi vida me encontré con un local con decenas de mesas. Me tocó reinventarme». Y ahí entró en escena Diego Blanco, sobrino de Antonio Torres, de Chikito, con amplia experiencia en restauración. «Me orientó tanto en el servicio de comedor que se quedó como metre. Y hasta hoy».
Llegados a este punto, la mayor preocupación de José Torres es el futuro de los empleados de Las Titas, «granadinos con hipotecas y con chiquillos en el colegio», explica gráficamente. Con un agradecimiento muy especial «a la plantilla que me ha acompañado todos estos años y sin la que el éxito de Las Titas y su implantación en el ADN de Granada no habría sido posible». Es otro de los temas recurrentes a los que vuelve la conversación, una y otra vez. «Las Titas es de los granadinos y para los granadinos», insiste.
Quedan para el recuerdo las Jornadas de la Cocina Tradicional Granadina y el Corpus
En cocina, la clave ha sido mantener una gastronomía de base tradicional que no perdiera las raíces de una terraza clásica de verano, pero que fuera mucho más allá de las 'perdices', los cacahuetes, las almendras y la sangría que se estilaba antaño. «Los primeros años fueron duros, especialmente los inviernos, muy complicados», recuerda el bueno de Pepe. «Pero con tesón y el trabajo del día a día, fuimos evolucionando». ¿La clave? «Calidad, servicio y buen precio», con el mítico jamón Joselito por bandera, convertido en uno de los santos y seña de Las Titas.
Y así llegamos a 2009, cuando nacieron aquellas primeras y míticas Jornadas de la Cocina Tradicional Granadina que llevan el nombre de Antonio Torres, cocinero de Chikito cuya jubilación estaba próxima por aquellos entonces. Para darle impulso a los siempre complicados meses invernales, apostaron por organizar una cita culinaria basada en la gastronomía de la tierra, «aunque nos dijeran que éramos unos catetos», ironiza Pepe. Para ello, contaron con cocineros veteranos como Tony Parra, Diego Morales, Paco Bracero y Miguel Ayala.
Quince días antes de la presentación de aquellas primeras jornadas murió Antonio Torres, pero quiso que la iniciativa siguiera adelante. Y así fue, con Tony Parra a las riendas. Una iniciativa apoyada por sus amigos: Luis Oruezábal, los hermanos Pedraza de Ruta del Veleta, Gregorio García de Oleum, Pepe Álvarez de Las Tinajas y otros clásicos de la gastronomía granadina. «Para un tabernero de toda la vida, fue un orgullo verme acompañado por todos esos grandes maestros», recuerda Pepe emocionado. A partir de entonces, de 2010 a 2020, las Jornadas de la Cocina Tradicional Granadina Antonio Torres fueron una cita imprescindible del calendario gastronómico de Granada.
El otro evento que Torres recuerda con especial cariño, «que suponía tanta responsabilidad como disfrute y satisfacción personal» es el Corpus organizado con IDEAL. «Se planteó como una feria de mediodía y a mí me recordaba a aquella feria a la que iba de niño, por lo que me hacía mucha ilusión». Días frenéticos en los que Pepe llegaba a pasar cerca de veinte horas seguidas al pie del cañón. Largas y exigentes jornadas que, sin embargo, le hacían disfrutar de su trabajo, dado que «la gente del periódico lo hacía todo muy fácil y nos daba toda la confianza. Espero no haberla defraudado nunca».
Otros eventos importantes en los que Las Titas ha estado muy presente: la Fanzone del Campeonato Mundial del Baloncesto y mil y un actos culturales, de música y literatura a desfiles de moda. «Siempre hemos estado abiertos a todo tipo de iniciativas culturales y sociales, que Las Titas tenía que identificarse con cultura», concluye.
¿Y el futuro? «Seguir trabajando en esas raíces que nunca he perdido: Bodegas Castañeda y La Mancha, los negocios que parió mi padre, los míos de toda la vida, que incluso llegué a descuidar en algunos momentos, cuando había que apoyar a Las Titas».
Pepe se muestra cauto, eso sí: «hay que tener especial cuidado en estos tiempos de pandemia. Salimos a una batalla por década, desde los años 80, y esta es una de las más duras». Se declara con ganas de seguir peleando, por supuesto, pero también de «alternar el mandil con las chanclas, las bermudas y la camiseta de manga corta», señala entre risas.
Terminamos esta conversación volviendo a los consejos paternos: «Decía mi padre que es el parroquiano que viene todos los días, aunque sea a tomarse una cerveza, el que te permite levantar la persiana». La máxima de José Torres ha sido precisamente esa: cuidar al cliente granadino de diario. Es por eso que, en el momento de la despedida, uno de esos habituales de la casa le ha dedicado la siguiente quintilla:
«En el Paseo del Salón,
haciendo mil chirivitas,
luce su iluminación,
no una lámpara, un lamparón,
el kiosco de Las Titas»