ana vega pérez de arlucea
Viernes, 22 de octubre 2021, 00:14
La semana pasada ya vimos aquí que la leche de burra lo mismo servía para un roto que para un descosido. Supuestamente curaba –o al ... menos ayudaba– a paliar los síntomas de diversas afecciones, especialmente las relacionadas con el aparato respiratorio. La leche de borriquilla se consideró mano de santo para la tos, la bronquitis, el asma e incluso la tuberculosis, y a partir de la segunda mitad del siglo XIX se popularizó su consumo como ingrediente estrella de múltiples productos. Pastillas, bombones, caramelos y toffees de leche de asno se comercializaron con gran éxito tanto en farmacias como en confiterías usando el reclamo de sus grandes y requeteprobadísimos efectos medicinales.
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El problema era que la auténtica leche de burra escaseaba, de modo que es era raro ver en la prensa de la época anuncios en los que particulares desesperados piden suministros de tan precioso líquido o se ofrecen a comprar una burra recién parida. Los fabricantes que usaban tan peculiar género en sus elaboraciones también pasaban apuros y prueba de ello es que entre 1900 y 1902 el periódico 'La Rioja' incluyó habitualmente un aviso que decía: «En la calle de Albornoz número 10, piso 2º, la señora viuda de Celestino Solano compra toda la leche de burra que deseen venderle». Toda la que hubiera, toda la que pudiera conseguir. Porque aquella sustancia láctea y medicamentosa llevaba décadas siendo parte esencial de su negocio, la materia prima con la que elaboraba cada día cientos de pastillas de café y leche (de burra).
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Aquella señora se llamaba Antolina Ruiz-Olalde y Otero y su marido, del que había en-viudado en 1880, dio apellido a una de las marcas de caramelos más famosas y longevas de España: Solano. Según en donde busquemos la información leeremos que Solano lleva endulzando paladares desde 1827 o 1830, casi doscientos años de tradición confitera que actualmente está en manos de la multinacional Mars Wrigley. Ahora hay 'solanos' de varios sabores, con y sin azúcar, pero permítanme decirles que en mi opinión, los de antes eran mejores.
No sé si el cambio se produjo al trasladar la fábrica de Logroño a Tarazona, en 1988, o cuando Wrigley entró en el escenario, pero nada tienen que ver los caramelos Solano actuales (ovalados, duros) con aquellos rectángulos pegajosos de antaño, prueba definitiva de solidez para las dentaduras postizas. A más de uno se le saltó un empaste intentando masticarlos, y su textura chiclosa era tan característica de la marca como su envoltorio dorado y rojo.
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La leyenda mítica de Solano cuenta que allá por 1827 una joven recién casada convenció a su esposo, confitero de profesión, para que cambiara el malvavisco (otro remedio tradicional para la tos) que utilizaba en sus caramelos por leche de burra. Para agregarle un poco de sabrosura el marido añadió café a la ecuación, refinó el proceso y… ¡Eureka! Pastillas de café y leche inventadas. Lamentablemente la joven de la historia no pudo ser Antolina, que murió el 14 de mayo de 1913 a los 91 años y que en consecuencia, tuvo que haber nacido en 1822 o en 1821.
Malamente iba a ser testigo del supuesto nacimiento de los 'solanos' en 1827, menos aún como muchacha casadera. Su esposo, Celestino Solano Alfaro, falleció en 1880 con edad desconocida, así que quizás fuera él el creador, o su padre u otro pariente, ya que la de confitero solía ser una profesión familiar. Lo que sí está claro es que después de enviudar Antolina Olalde (o Ruiz-Olalde, ya que con los dos apellidos aparece citada en varios documentos) se quedó al frente del negocio y alcanzó un gran éxito con sus pastillas de café y leche de burra. Tanto, que enseguida le salieron competidores. En 1929 había en Logroño más de 30 fabricantes de este tipo de dulce y en Madrid se vendían por las calles al grito de «¡legítimas riojanas!».
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Antolina no lo tuvo fácil. La escasez de leche de burras la obligó a cambiar este ingrediente, fundamental en los inicios de la empresa, por leche de cabra y finalmente por la de vaca. Para entonces sus caramelos eran suficientemente conocidos en toda España y ya no necesitaba promocionarlos como curativos, sino pura y deliciosamente recreativos. Nuestra heroína triunfó y, como en toda buena historia, en la suya hubo alegrías y disgustos, buenos y malos. Sorprendentemente el villano del cuento no fue ninguno de aquellos vecinos que imitaban sus dulces, sino su propio sobrino.
Aquilino Alonso Ruiz-Olalde, criado por la misma Antolina y su marido, la traicionó registrando en 1898 la marca 'Sobrinos de la Viuda de Solano'. Con la palabra 'sobrinos' en letra minúscula y las medallas ganadas por sus tíos, bien grandes. Antolina sacó un insólito comunicado en el diario 'La Rioja' (19 de julio de 1898) denunciando la maniobra y poniendo verde al pérfido sobrino. Para escándalo del público logroñés el asunto llegó a los tribunales y se dirimió, años después, dando a Antolina los derechos sobre la marca Solano. Y todo para que ahora sus caramelos sean sin azúcar, ay.
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