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Jesús Lens
Granada
Viernes, 23 de septiembre 2022, 00:57
No siempre podemos hablar bien de lo que pasa en la Granada gastronómica. Si en el Vuelta y vuelta del viernes pasado, la newsletter culinaria ... que enviamos por correo a los suscriptores de IDEAL, les contaba la bronca con un camarero a raíz de una cuenta inflada con 10 euros de más, hoy toca hablar de ruidos.
El viernes pasado, al salir del estreno de la película más reciente de José Sánchez-Montes en el Centro Lorca fuimos a tomar una cerveza y a picar algo de cena. Entramos en un local amplio. Tenía ocupadas cinco mesas altas y dos bajas, además de la terraza, que estaba a reventar.
Pedimos un vermú y, mientras decidíamos qué cenar, entró un grupo de gente. No eran muchos ni iban disfrazados, pero hubo que juntar un par de mesas o tres. A los cinco minutos empezaron a gritar y a vociferar que vivan los novios, jaleándoles como si fueran los Hernangómez en la final del Eurobásket. Les faltaba volear las servilletas en el aire, como si fueran bufandas. ¡Y eso con la primera cerveza!
Por mucho que los camareros les rogaran mesura y que los clientes les pidiéramos consideración, aquello solo podía acabar de dos maneras: mal o peor. De ahí que, a los diez minutos, nos hubiéramos ido el resto de la clientela, dejando el local enteramente a sus anchas, para abuso y disfrute de los tifossi matrimonialistas.
Me dio coraje, claro. Y de inmediato, el efecto colateral: tachar mentalmente ese sitio de mi lista de futuribles. Si hubiéramos llegado a pedir las raciones, habría resultado una cena desagradable e incómoda. ¿Para qué arriesgarse? Será por bares, en Granada…
Como ya eran las once de la noche, nos asomamos al Oliver. La primera vez que pasamos estaba petado, pero ahora había una mesa alta junto a la puerta. Pedimos unas manzanillas y un plato de su mítica ensaladilla de gambas. Y la noche fluyó. Con el ruido propio de un bar lleno, claro, pero muy diferente al de una turbamulta enfervorizada. A destacar el mimo por el detalle de su personal de sala, siempre atento y al quite. Y un apunte: a las 12, puerta chapada y a recoger.
No sé a ustedes, pero a mí me encanta la vuelta a la barra y a la informalidad de las mesas altas. En Cúrcuma Gastrobar, por ejemplo. En la zona de Palacio de Deportes, ofrece una propuesta gastronómica muy variada. Triunfan sus gyozas, esa especie de raviolis rellenos de carne o verdura, propios de las cocinas asiáticas y que tan buena acogida han tenido en España. De sus croquetas, las de hongos están particularmente buenas. Y sus hamburguesitas, una delicatesen.
De cara al otoño–invierno, si la bolsa no sona como dicen que va a dejar de sonar, el picoteo rico en barra y mesas altas van a ser tendencia otra vez. Con permiso de… En fin. Ya hablaremos de todo ello. El lunes tenemos Maestros Culinarios y San Sebastián Gastronomika ya asoma su patita. ¡Permanezcan atentos a sus pantallas!
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