Fotomontaje del Congreso de los Diputados y unos caramelos. R. C.

Los caramelos del Congreso

Gastrohistorias ·

Fueron uno de los símbolos más amables de la Cámara baja hasta 1916, cuando se limitó el gasto público en confituras

Ana Vega Pérez de Arlucea

Jueves, 7 de enero 2021, 23:55

Si acuden ustedes alguna vez a una sesión del Congreso de los Diputados se encontrarán junto a las puertas del hemiciclo, entre periodistas, políticos y ... ujieres que vienen y van, un guiño al placer tranquilo y a la dulce distensión. Allí suele haber una bandeja o cuenco de caramelos, con y sin azúcar, para que los parlamentarios se aclaren la garganta, chupeteen en silencio y se relajen manoseando el envoltorio. Habrá quien piense que los diputados tendrían que llevarse los caramelitos balsámicos de casa, o que con el vasito de agua que se les ofrece durante las intervenciones deberían ir que que chutan y meter gol, pero los pocos caramelos que hoy en día se reparten en el Congreso son la huella de una tradición histórica que no sólo endulzó muchos agrios rifirrafes políticos, sino que impulsó la industria confitera nacional y la economía de un pueblo concreto de nuestra geografía.

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A 323 kilómetros de la Carrera de San Jerónimo se encuentra Hellín, en la provincia de Albacete, un pueblo que a priori tiene el mismo vínculo con el Palacio de las Cortes que cualquier otro municipio español. Pero en Hellín se siguen haciendo, con el mismo método y con los mismos ingredientes que hace un siglo, los «caramelos del Congreso», un dulce artesanal a base de azúcar tostado y yema de huevo confitada que desgraciadamente no es el que actualmente calma las carrasperas de los diputados. Sí que lo hizo antiguamente, y por eso esta golosina albaceteña lleva precisamente tal nombre. Tan tradicionales de Hellín como los caramelos cilíndricos o los turrones, los dulces del Congreso se popularizaron gracias a dos empresas locales surgidas el mismo año en el que Isabel II inauguró en Madrid el edificio del Parlamento: en 1850. Por esas fechas funcionaban ya en Hellín la confitería La Esperanza (ahora conocida como La Elisa) y la de La Pájara, dedicadas a la golosa producción de peladillas, turrones, carne de membrillo, yemas y caramelos.

Sería la hellinera Elisa Arsenal Collados, nacida en 1845, quien diera fama y nombre al exitoso negocio familiar, que en mayo de 1905 recibió de Alfonso XIII permiso para anunciarse como proveedor de la Casa Real. Aunque yo sólo he encontrado pruebas de esta distinción, la gran gastrónoma Carmina Useros (1928-2017) contó en su libro 'Mil recetas de Albacete y su provincia' (1971) que La Elisa y sus caramelos congresistas también recibieron en 1872 un premio del intendente general de la real casa, cosa que bien podría ser cierta. Se supone que fue algún diputado de origen hellinero quien puso de moda aquellos caramelos en la Cámara, y por aquel entonces despuntaba en el hemiciclo don Francisco Javier Moya Fernández (Hellín, 1821-1883), fundador del Partido Demócrata y posible pariente del marido de Elisa, José María García Moya. Otras teorías apuntan como introductores de estos caramelos a Tesifonte Gallego García o Juan Martínez Parras, todos parlamentarios del mismo distrito y representantes oficiales de las delicias de su pueblo en la Villa y Corte.

Fuera como fuese, lo cierto es que sus señorías no necesitaban demasiada insistencia para abandonarse a los goces del chupa-chupa. Los caramelos, fuesen los de yema de Hellín o los de sabores de La Pajarita (confitería madrileña fundada en 1852 que sigue sirviendo hoy en día al Congreso), constituyeron siempre un elemento consustancial a las sesiones vespertinas del Congreso y fue tal el uso y abuso que se hizo de ellos que protagonizaron no pocas diatribas en el hemiciclo. En 1896, por ejemplo, doña Emilia Pardo Bazán explicaba en su columna semanal de 'La Ilustración Artística' que el presupuesto anual de la cámara en caramelos y azucarillos despertaba grandes suspicacias. Los azucarillos eran para aromatizar el agua ofrecida a quienes intervenían, y los caramelos, cientos de ellos cada día, se repartían en cajitas o cucuruchos por indicación del presidente entre los diputados y quienes se sentaban en la tribuna de invitados, muchas veces mujeres como la misma condesa de Pardo Bazán.

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7.000 pesetas

El periódico 'El Liberal' contaba en diciembre de 1904 cómo se producía exactamente el reparto de todas estas golosinas: constituida la mesa y una vez abierta la sesión, un ujier introducía en el hemiciclo una enorme cesta llena de cucuruchos con caramelos. Un secretario la vaciaba en un cajón y a continuación iba escribiendo en diversas hojas varios nombres, que entregaba a los ujieres junto a un puñado de cucuruchos. Éstos iban entregando los dulces –hasta que se acabaran las existencias– a los diputados apuntados en la lista, quienes a su vez los repartían entre sus compañeros o se los quedaban para dárselos a amigos y parientes. Lo malo es que entre los caramelos por los diputados en sus asientos, los disfrutados por los invitados y los que se regalaban, el montante de la factura alcanzó una cifra algo escandalosa. En 1908, por ejemplo, el entonces diputado Azorín pidió que se hiciera público el gasto de la Cámara en confitería, y en julio de 1916 la revista 'España económica' reveló que en tan sólo dos meses el Congreso había gastado 7.000 pesetas en caramelos y chocolate. Una barbaridad. Como consecuencia, en septiembre de ese mismo año el presidente del Congreso Miguel Villanueva avisó de que a partir de entonces se suprimiría la partida de 25.000 pesetas anuales destinada a la dulcería. De aquella inveterada costumbre queda hoy un puñado de caramelos a la puerta del Congreso y una receta, la de Hellín, que se puede saborear sin necesidad de salir elegido en la elecciones.

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