Consumición mínima
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El camarero se acerca, para tomar la comanda, a la mesa que ocupa una pareja en el comedor del restaurante. «Pónganos un cachopo para los dos. Y para beber, agua». Escenas similares se viven en muchos establecimientos españoles, especialmente durante los meses de verano. Un hostelero amigo me contaba cómo cuatro clientes sentados en su terraza pidieron dos gin-tonic con cuatro vasos. Otros pidieron una botella de sidra «con cinco vasos» y allí se quedaron sentados casi toda la tarde. Y así día tras día. Lo del cachopo puedo entenderlo porque muchos restaurantes asturianos lo han vendido durante años como un plato barato y muy abundante con la idea de atraer clientes así que en el pecado llevan la penitencia. Pero no sólo se trata de este filete relleno de queso y jamón (¿un san Jacobo?) que algunos se empeñan en incluir en la tradición gastronómica del Principado. Por desgracia ocurre con muchos otros platos. La pasada semana los medios se hicieron eco de una noticia protagonizada por un restaurante de la localidad de Oleiros, en La Coruña, que anunció en Facebook que cerraba toda la semana central de agosto cansados de actitudes similares de sus clientes de fuera. Ellos citaban a «los de la Meseta». Atribución injusta porque cosas similares hemos visto hacer a clientes de todas las regiones de España, incluidos los gallegos. Tal vez es que los de Madrid son más numerosos.
Por lo que leo, y por lo que he podido comprobar personalmente hablando con los hosteleros, este verano de 2024 los españoles se están dando menos 'alegrías' que en los dos anteriores. Da la impresión de que el dinero ahorrado durante la pandemia ya se ha difuminado. Gente hay mucha en todos los lugares de veraneo, pero, me dicen, gasta bastante menos. Mucha mochila y mucha autocaravana. Como defensa contra esos clientes con la cara muy dura, algunos establecimientos han empezado a marcar una «consumición mínima». Lo he visto anunciado ya en varios sitios y tengo la impresión de que es algo que se va a generalizar. Aunque probablemente no es políticamente correcto decirlo, a mí no me parece nada mal. Cada establecimiento puede marcar unos mínimos en función de su categoría. Tengamos en cuenta que el restaurante o el bar tienen unos gastos y esas personas con pedidos rácanos ni siquiera los cubren. Se trata, sencillamente, de una cuestión de supervivencia.
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