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Recorro estos días el sur de California en un viaje familiar. En general por esta zona se come entre regular y mal, tirando incluso a fatal. La inmensa mayoría de establecimientos ofrecen, con mejor o menor fortuna, lo que conocemos como 'fast food'. Hamburguesas y pizzas grasientas, pollo frito, 'bagels' rellenos o sin rellenar, cubos de patatas fritas, todo tipo de galletas gigantes, donuts de mil colores, helados cuyas cantidades mínimas a la venta darían para el postre de una familia numerosa, bebidas gaseosas que se despachan por litros… Y por supuesto, dado que la frontera está ahí mismo, la influencia mexicana, pero, salvo contadas excepciones, en su peor versión, la tex-mex, con sus tacos, sus burritos, sus flautas y sus nachos acompañados de quesos de indefinido origen, pero bien grasientos, y de guacamoles con sabor artificial, disimulado todo con salsas picantes industriales. Qué lejos de la genuina y maravillosa cocina de México.

La mayor parte de norteamericanos comen a todas horas. Viendo esta realidad no extraña en absoluto la impresionante cantidad de gente obesa que se ve. Me van a perdonar que, sin ánimo de molestar a nadie, utilice un término políticamente incorrecto: la cantidad de gordos muy gordos, con problemas incluso de movilidad. A veces formando parejas acompañadas por unos hijos que ya apuntan maneras. El contraste es brutal con otra parte de la población norteamericana (muy especialmente aquí en California) que cuida su cuerpo de manera radical. Footing mañanero por la playa, gimnasios, bicicleta, alimentación ultra sana…

Dos Américas en una que vi perfectamente representadas en un restaurante de moda en Venice Beach, uno de los lugares más representativos de la costa californiana. Se llama Gjelina, un sitio informal con una carta cuya primera parte la componen especialidades vegetales (ensaladas de lechuga y pera, berenjenas, calabaza, coles de Bruselas…), y la segunda contundentes pizzas. Las dos caras de la forma de alimentarse los norteamericanos reunidas en una misma propuesta. En este caso tanto las verduras y las ensaladas como las pizzas están francamente buenas, sobre todo las primeras. Juntas forman parte de lo que podríamos llamar una alimentación equilibrada. Pero no separadas. En cualquier caso se trata de un buen ejemplo de las dos formas de comer que tienen los estadounidenses, con estilos de vida que resultan bastante contradictorios entre sí.

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