Hay, en el lenguaje coloquial, palabras que llevan implícito el desprecio y cuyo uso se ha generalizado. Vamos del venga al hala, le cambiamos el significado al adjetivo álgido y admitimos gilipollas como un término de uso corriente. Eso equivale a admitir el pulpo como animal de compañía. No tengo nada que decir de la palabra gilipollas, porque hay muchos y es un término rotundo y volandero que, expresado entre admiraciones -¡gilipollas!- es muy útil como improperio en la circulación rodada. Pero me desconcierta e irrita el venga y el hala porque cuando te lo dicen no es para que te acerques sino para que te alejes. El venga...con puntos suspensivos equivale a despedida. Sustituye al adiós y al buenas tardes, majete. El hala...también, y lo peor es cuando te dicen con una sonrisa en los labios el venga y el hala juntos significa que te aprecian aunque parezca, talmente, que te están mandando a la mierda. Qué horror.

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El último reducto de la buena educación son los restaurantes caros en que tratan con respeto al cliente y no lo tutean. Un servidor, que naturalmente es un caballero decimonónico, tiene una tertulia de viejos amigos en la que todos nos hablamos de usted. Llevamos más de medio siglo reuniéndonos a tomar café, copa y puro y nunca hemos apeado el tratamiento. Hemos viajado, comido, cenado e ido juntos a distinguidas casas de lenocinio y nunca hemos perdido los buenos modales: «Pase usted, querido don Antonio con la ardiente Mariflor que yo me ocuparé, con permiso de don Alfredo, con la oronda Consuelito». Las buenas maneras no implican falta de camaradería y amistad profunda. Nuestra tertulia estaba formada por doce caballeros y aunque media docena han tenido el mal gusto de morirse, los sobrevivientes los honramos cuando nos descarriamos en los frecuentes devaneos erótico festivos con un cristiano: «hip, hip ¡hurra!» levantando nuestras copas de champagne en honor de los amigos muertos.

Aconsejo a los que forman el equipo de sala de la restauración que aparezcan siempre impecables en sus lugares de trabajo, bien lavados, duchados y en perfecto estado de revista. No deberán perfumarse para evitar la contaminación del olorcillo sugerente de las deliciosas viandas, pero sí desprender un aséptico olor a limpio. Parecidos consejos los daba maese Ruperto de Nola, que fue cocinero del Rey Hernando de Nápoles, en su obra Libro de Guisados Manjares y Potajes a sus discípulos. Obra muy recomendable si el curioso lector quiere preparar un gato asado como dios manda y, por supuesto, si no se opone la sociedad protectora de animales.

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