Una de las páginas del 'Romancero historiado'.R. C.
San Valentín pican en la cocina: antiguos piropos gastronómicos subidos de tono
Gastrohistorias ·
Déjense de bombones o flores y adornen su amor con algo más sustancioso, como los huevos fritos o los solomillos: así lo hacían los antiguos poetas españoles
Ana Vega Pérez de Arlucea
Viernes, 7 de febrero 2020, 20:59
Sabrosa mucho más que huevos fritos, más linda que los nabos en Adviento, más dulce que las uvas moscateles y que azúcar y pasteles… ¿Qué conservas, qué dulces confituras se igualan a tus grandes hermosuras?». No sé si a ustedes, queridas lectoras, les parecería romántico ser el objeto de tales requiebros gastroamorosos, pero hace siglos sí que resultaba galante ser comparada con una longaniza o un pan caliente. Galante y un pelín rústico, quizás, aunque no por ello dejaba de causar efecto decir cosas como que la boca del amante olía a peras y membrillos o que su recuerdo derretía las entrañas como el fuego a la manteca. La literatura española está llena de metáforas alimenticias destinadas a demostrar el éxtasis amoroso o a despertar la libido, pero en pocas obras encontraremos mejores ejemplos que en el 'Romancero historiado', de donde están sacadas las primeras palabras de este párrafo.
Bajo el título de 'Romancero hystoriado, con mucha variedad de glossas y sonetos y al fin una floresta pastoril y cartas pastoriles' apareció en 1579 una compilación de poesías propias y ajenas debida al escritor complutense Lucas Rodríguez, copista de la Universidad de Alcalá de Henares.
Es uno de los romanceros más famosos del siglo XVI y recoge desde canciones de tipo caballeresco o romances épicos como el Cerco de Zamora hasta églogas pastoriles, todos concebidos para ser declamados o cantados por juglares. La popularización de los romances como parte de la tradición oral española provocó que con la llegada de la imprenta se comenzaran a publicar antologías en cuadernillos sueltos y libros como el 'Can–cionero general' de Hernando del Castillo (1511) o éste del alcalaíno Lucas Rodríguez, que se imprimió por primera vez en torno a 1579 y cuyo éxito hizo a que vieran la luz varias reediciones en los años 1582, 1584 y 1586.
Un amor alimenticio
Hace 440 años los lectores devoraron, ya fuera al son de la vihuela o en silencio, 'El 'Romancero historiado' y su narración rimada de las aventuras de don Manuel y el Moro Muza, batallas varias o amores imposibles, pero también dos nutritivas cartas que aparecen al final del romancero y que se atribuyen exclusivamente a la pluma del señor Rodríguez. En ellas un supuesto labrador llamado Antón Sanz de Canaleja proclama su embeleso por una pastora de Fuencarral con la que piensa casarse, Pascuala de Alcolea, a lo que ella responde con el mismo furor amoroso. La chicha y la sandunga de toda esta historia está en que para describir su apasionado enamoramiento ambos tiran del repertorio culinario del siglo XVI y se comparan el uno al otro con platos e ingredientes que por entonces eran delicias sin igual. Nos descubren incluso recetas o alimentos olvidados. Vean si no lo que le decía Antón a su amada Pascuala: «Cillieruedas, solomos, longanizas / rellenos, obispillos, butagueñas / no llegan al mortal fuego que tú atizas / que al agua enciende y rompe cien mil peñas».
Todas esas palabras se refieren a sabrosos embuchados cárnicos como las antiguas cillieruedas, ciliérvedas o cidérvedas (un tipo de embutido tostado al fuego o ahumado), los solomillos, los obispos u obispillos (grandes morcillas para las que se utilizaba la parte de intestino más ancha) y las butagueñas o botagueñas, longanizas hechas con asadura y casquería de cerdo. El de Antón era amor del bueno.
«Más linda que el bizcocho y los confites / que van en la galera a tierra extraña / mira que veo en ver tu linda cara / las mantequillas de Guadalajara», decía el enamorado. La pastora era para él como las «ensaladas y el vino allá por julio a los que siegan», como el almodrote y las ollas bien guisadas a los que con hambre a casa llegan. No resulta menos romántica ni menos sustanciosa la respuesta de Pascuala, pues era por ella el alma de Antón «tan amada cual la preciosa trucha en empanada». Ole. «Más que ensalada rica de señores / con perejil, borraja y hierbabuena / gragea, granos de granada y flores / y otras mil cosas adornada y llena / son tus requiebros para mí y amores /más que el pepino y tierna berenjena / y más sabroso en todos mis trabajos / que el blanco puerro y las cebollas y ajos». En la ristra de frutos con los que la pastora compara a su novio podemos ver el catálogo hortofrutícola del siglo XVI: guindas, melones, albudecas o sandías, cerezas garrafales (las más gruesas), melocotones, manzanas, peras, albérchigos toledanos, membrillos, camuesas, limones, cidras, ciruelas y naranjas dulces valencianas, entonces aún una exquisita novedad porque las más habituales eran amargas. Delicatessen de aquella época como las raíces de escorzonera, la conserva de borrajas, la lengua de buey, la lamprea con pimienta, la olla podrida, los francolines asados, la cazuela mojí, las quesadas frescas… Ninguna era más estimada por Pascuala que su tierno labriego, ni siquiera «el suave comer de un tierno pollo / luego que comienza a negrear el pico / ni el huevo fresco cuando está el meollo / sabroso, blando y rico».
El hermoso Antón alegraba más el corazón de su amada que los vinos de Coca, Madrigal, Illana, Ocaña y Valdemoro, más que el buen tocino, ¡más que el tierno pan con nueces y piñones! Encuentren ustedes un amor así y déjense de ramos de flores y cursiladas. No hay nada más romántico que comer en compañía y, si acaso, citar a Lucas Rodríguez. «Cuando vieras puesta la olla /considera que así mi pecho arde / mira que como a un cazo el amor me abolla / acuérdate de mí, así Dios te guarde».
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