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¡Viva el vino y las mujeres!

¡Viva el vino y las mujeres!

Opinión ·

JUAN MANUEL VILABELLA

Viernes, 7 de junio 2019, 02:08

Las generalizaciones, normalmente, suelen ser inexactas. No se puede decir que todas las señoritas suecas son rubias, las andaluzas muy alegres, las gallegas muy riquiñas y las catalanas muy liberales. Por eso, el grito hispano de '¡Viva el vino y las mujeres!' puede tener un tufillo machista si no se disecciona.

El bramido se suele producir cuando el sujeto que pregona el viva está en estado de embriaguez. Un abogado del Estado no suele decir esas cosas en la oficina, cuando está sobrio, ni tampoco lo hace un acreditado pedicuro. Es, pues, declaración de borracho, pero de borracho que ha superado la fase de la exaltación de la amistad y está a punto de iniciar la de insultos indiscriminados al clero. ¿A qué mujeres se refiere el bramido? ¿A las solteras, a las casadas, a las monjas? El grito de '¡Viva el vino y las monjas!' implica que el vino tiene un matiz religioso y deducimos que puede ser de misa; o sea, un vino de excelente calidad. Si el gritón especifica '¡Viva el vino de pitarra y las mujeres bajitas!', se trata de un bebedor de clase humilde que tiene una compañera, novia o amante que no pasa de los 1,50 metros de estatura y su vino es, con perdón, una mierda. En cambio, si lo proclama un Borbón, el Rey emérito sin ir más lejos, se adivina que el caldo tiene señorío y peso; imagino un gran reserva o, acaso, un buen vino francés; ¿y las mujeres?, pues vaya usted a saber, pero, eso sí, las supongo con busto exuberante, algo tetudas.

Un analista superficial puede colegir que el primero que pronunció la frase que nos ocupa fue el difunto Manolo Escobar en una de sus canciones, concretamente en la que decía: «Con una copa de vino en la mano, una guitarra y un cariño de mujer, nos encontramos como un soberano y regalamos simpatía y querer», frase del todo engañosa. Yo mismo, que reúno las tres condiciones indicadas, nunca me he encontrado como un soberano, sino como un ciudadano y, además, en persona, soy un señor muy antipático que no va por ahí sonriendo a desconocidos ni abrazando a las farolas. Creo que el grito es de los siglos XVIII, el de las luces y del XIX que fueron tiempos de vivas y de mueras, menos para nosotros que gritábamos solo ante Fernando VII, el rey felón:'¡Vivan las cadenas!' y nos perdíamos por los cerros de Úbeda y en lugar de gritar '¡Viva la libertad!, nos acordábamos, como tontos, del vino y de las señoras feroces y con bigote, como doña Agustina Raimunda María Zaragoza y Domenech, que pasó a la historia como Agustina de Aragón.

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