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Tatiana Merino
Granada
Sábado, 11 de julio 2020, 00:20
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Dicen algunos de sus clientes más longevos que sus antepasados recuerdan historias de un despacho de lecheros en la plaza Mariana Pineda allá por inicios del siglo XX. De aquella familia de lecheros de Albolote proviene Alfonso Suárez García, cuarta generación al frente del Café Fútbol. Es el segundo de tres hermanos, y artífice de los archiconocidos churros de la histórica cafetería.
«Junto al café, hubo una fabrica de harina, allí era donde tradicionalmente se hacían y vendían los churros. Cuando la fábrica se fue de la plaza, en la calle Concepción, una mujer encantadora retomó la tarea y comenzó a vender churros y patatas fritas en cartuchos de estraza», recuerda Alfonso de sus años de infancia. Los clientes pedían un café y luego hacían cola para comprar los churros a la vuelta de la esquina. Pero la señora se jubiló y cerró. «La plaza se quedó sin churros, mis clientes, también y a mí me encantaban». Así que con 18 años decidió que había que aprender a hacer churros. Desde entonces, 1985, hay churros en la cafetería.
Todo el que entraba debía aprender primero a hacer churros, por lo que desde el primero hasta el último se puso manos a la masa. «Batallitas hay unas cuantas porque aprendimos a ciegas. Fuimos probando e investigando por nuestra cuenta, hasta que di con la masa que más me gustaba. Aunque los llaman los churros de toda la vida, los implanté yo».
De niño, fueron muchas las veces que su padre lo sacó a él y a sus hermanos de la barra. Ha crecido entre muchos de los que aún siguen trabajando en la casa, como Bernabé o Sánchez; se le entrecorta la voz al hablar de ellos. «Son familia, no empleados. Y lo más importante del negocio».
Alfonso estudió Derecho, pero la vida quiso que fuese quien se quedase al frente del café. «Mis hermanos y yo continuamos con el legado de mi bisabuelo, aunque ahora soy el que está a diario».
Afronta, como todos, los nuevos tiempos. «Jamás creí que vería las persianas cerradas de la cafetería. En más de cien años no habíamos cerrado nunca. Mi abuelo vivió la Guerra Civil y no cerró. Está siendo muy duro, y hay clientes mayores de los que aún no hemos tenido noticias».
La filosofía de la familia es como las de antaño. Don Antonio Suárez Rodríguez, abuelo de Alfonso, falleció sin jubilarse; su padre siguió el mismo patrón, por lo que cuando llegó el momento de decidir si reabrir o no, Alfonso lo tuvo claro: «Mi padre abriría, así que hay que abrir».
Junto a su hermano Antonio Francisco, con quien más tiempo compartió barra y trabajo al lado de su padre, que falleció hace un año, reabrieron de nuevo. El 9 de mayo ocuparon los puestos que desempeñan con normalidad desde hace años. Alfonso retomó la masa y las labores de churrero y Antonio se puso a gobernar la barra. Paso a paso, comenzaron conn todas las tareas y a abrir nuevos caminos, impensables meses atrás.
«Decidimos hacer reparto a domicilio y, de momento, lo mantenemos». Seguramente jamás se lo hubiese planteado en otras circunstancias, pero si algo caracteriza a este Suárez es la capacidad de trabajo y de adaptación.
Lo cierto es que, próximo a su aniversario y tras días de incertidumbre y desasosiego, el apoyo en su familia y la innegable huella que la herencia hostelera le ha dejado, le mantiene a salvo con un deseo claro de continuar salvaguardando el 'tesoro' de los Suárez, que bien podría ser el de muchos granadinos.
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