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Remojón granadino con langostinos al estilo de El Almorí, el restaurante del Parador de Granada. J. L.
Restaurante Parador de Granada, un lujo asequible

Restaurante Parador de Granada, un lujo asequible

Gastrobitácora ·

Tiene unas vistas excelentes, pero no a la Alhambra, dado que el comensal se encuentra en el mismísimo monumento nazarí

Jesús Lens

Granada

Viernes, 7 de agosto 2020, 00:57

Era una noche para celebrar, por lo que decimos tirar para lo alto y cenar en El Almorí, el restaurante del Parador de Granada. Pocos entornos tan privilegiados como el de su terraza, al borde mismo de los jardines del Generalife.

Cuando de disfrutar de una comida o una cena especiales se trata, para mí hay dos clases de restaurantes: los que consiguen que el tiempo se detenga, permitiéndote disfrutar de la experiencia con los cinco sentidos, y aquellos en los que resulta imposible sustraerse del runrún cotidiano.

Al entrar en El Almorí, accedes a una cápsula de tiempo que te permite flotar y entregarte a los placeres de la mesa sin que haya nada del mundo exterior que perturbe tu paz y tranquilidad. Y eso es un lujo, en estos tiempos tan acelerados, caóticos y vertiginosos que nos ha tocado vivir.

Mientras miramos la carta, pedimos un vermú rojo, que viene con su aperitivo. Llegan los panes. Hay cuatro modalidades a elegir. Me debato entre la cúrcuma y la tradicional salaílla y me quedo con el más nuestro, el más castizo.

En plena ola de calor, por la noche, en la terraza del Parador se está en la gloria. Mientras va cayendo la noche, llegan los entrantes, en los que también hemos barrido para casa, al pedir el tradicional remojón granadino, acompañado de langostinos.

Además, siguiendo en clave de amor por el terruño, disfrutamos de una cecina de 'Graná' con pan tostado y salmorejo. Servidos por separado. No es muy habitual la cecina en una tierra tan jamonera como la nuestra y, sin embargo, resulta muy sabrosa.

Aproveché la ocasión para pedir cochinillo, uno de los platos estrella de la red de Paradores españoles. El cochinillo es una de esas carnes que se comen fuera. Chuletones, chuletillas, solomillos o entrecots se pueden replicar en casa, pero un cochinillo… Es uno de mis platos fetiche. Echando cuentas, lo tomaré dos o tres veces al año, por lo que su ingesta se acaba convirtiendo en todo un acontecimiento, algo muy propio para una celebración.

Durante la cena, tan embebidos estábamos en nuestras cosas que en un momento dado creí escuchar voces lejanas, ecos de otras épocas. Era como la llamada del muecín. Les juro que a esas alturas de velada, apenas llevábamos en el cuerpo el vermú, una botella de agua con gas y mucho hielo y la primera copa de vino. Entonces, con más rotundidad, la brisa nos trajo más voces. De mujer en este caso. Más hondas y desgarradas. Con duende. Entonces caí en la cuenta: esa noche, en el teatro del Generalife, Estrella Morente presentaba en directo su nuevo espectáculo, 'Tesela', que incluía flamenco y música de origen magrebí.

Nos les voy a decir que la música se escuchaba como si estuviéramos frente al escenario, pero aquella sensación de estar encapsulados, fuera del tiempo y el espacio, se agrandó con el rumor de la música. Una tarta de queso con frutos rojos le puso el remate a una cena memorable.

¿Y el precio? Apenas 10 euros más que lo pagado unos días atrás en un chiringuito de la Costa Tropical. Que cada día tiene su afán y el pescado asado al borde del mar también es un lujazo. Lujazos que hay que pagar, pero accesibles y disfrutones en ambos casos.

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