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¿Quién le ha parado los pies a Donald Trump? Así operan los  'sheriffs' de Wall Street

El contraataque de los 'vigilantes de bonos'

¿Quién le ha parado los pies a Donald Trump? Así operan los 'sheriffs' de Wall Street

Los llaman 'los vigilantes de bonos' y controlan el mercado. Blackrock, el fondo soberano noruego, Vanguard y Fidelity son los cuatro grandes fondos de inversión que manejan billones de dólares y pueden hacer recular incluso a Donald Trump. A ellos se debe el aplazamiento de los aranceles, pero ¿a qué intereses obedecen y a quién rinden cuentas estos superpoderes financieros? Te lo contamos.

Viernes, 16 de Mayo 2025, 10:33h

Tiempo de lectura: 10 min

O compras los productos de Estados Unidos o traes tus fábricas a Estados Unidos» fue la amenaza de Donald Trump para todo el mundo, aliado o rival. Incluso alardeaba de que los mandatarios extranjeros «ya están pidiendo cita para besarme el culo». Pero algo inesperado ocurrió: en solo dos días toda su intimidatoria política económica, basada en la estrategia militar de conmoción y pavor (shock and awe), se desinfló. Trump, que ve las relaciones internacionales como una partida de póker (¿recuerdas cuando le dijo a Zelenski que «no tenía cartas»?), quiso convertir el comercio mundial en una timba: «Te subo el arancel y, como me veas la apuesta, te lo vuelvo a subir». Y ha sido humillado por quien menos esperaba…

¿Pero quiénes son los que han obligado a Trump a tirar sus cartas y suspender los aranceles durante 90 días? «¿Serían sus asesores, el Congreso, el sistema judicial o los líderes empresariales quienes le harían cambiar de rumbo?», se preguntaba el economista Mohamed El-Erian. «Al final resultó ser el mercado de bonos». Concretamente, los llamados 'vigilantes de bonos' (bond vigilantes), fondos de inversión que manejan billones de dólares. Colosos como BlackRock, que gestiona más dinero (11,5 billones de dólares) que el PIB de Japón, Alemania y Reino Unido juntos, o el fondo soberano de Noruega, cuya cartera abarca unas 8800 empresas de todo el mundo, el 1,5 por ciento de todas las acciones cotizadas. A estos titanes se suman Vanguard (con más de 8 billones bajo gestión), State Street Global (4 billones), Fidelity (4,5 billones) y Pimco (2 billones).

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Larry Fink (Blackrock) | El padre de todos los tiburonesSu imperio financiero controla 11,5 billones de dólares, más que el PIB combinado de Japón, Alemania y Reino Unido. Y eso que en 1986 su carrera casi se va al garete por una mala predicción. Obsesionado desde entonces con el análisis de riesgos, creó Aladdin, un sistema que hoy monitoriza uno de cada diez dólares invertidos en el mundo. Sus cartas anuales son tan influyentes como las de Warren Buffett. 

Los sheriffs de la economía global «no son una entidad organizada ni una cábala secreta», como explica el economista Ed Yardeni, quien acuñó el término en 1983. Son una «actitud colectiva del mercado», inversores que «castigan» decisiones económicas erráticas exigiendo rendimientos más altos para comprar deuda soberana. «Si las autoridades fiscales y monetarias no regulan la economía, lo harán los inversores en bonos», advertía Yardeni.

Cuando Trump anunció su «día de la liberación» con aranceles generalizados, estos fondos empezaron a vender masivamente bonos estadounidenses como si les quemaran en las manos. Ya habían avisado a Trump de que si desataba una guerra comercial se iba a meter en un jardín. En un demoledor informe firmado por Jean Boivin –analista jefe de inversiones–, BlackRock advirtió al presidente del riesgo de «una desaceleración del crecimiento o una recesión con alta inflación» si persistía en su política arancelaria. Y no creas que se trata de un asunto personal. Apenas hay margen para negociar, pues la decisión última la toman algoritmos.

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Abigail Johnson (Fidelity) | La heredera que se atreve con todo. Nieta del fundador de Fidelity, Johnson ha transformado un negocio familiar en un imperio de 4,7 billones. Fidelity fue la primera gran corporación de Wall Street que se atrevió a invertir en bitcoins. Con una fortuna personal de 36.600 millones, es una de las mujeres más ricas, poderosas… y discretas del mundo.

De hecho, la mayoría de las órdenes de venta son automáticas y los traders humanos van a remolque y con la lengua fuera. Por eso, si se desata la tormenta, no hay poder político que pueda ordenar que amaine, ni siquiera, hoy por hoy, los bancos centrales, que ya no compran deuda soberana como si no hubiera un mañana. «Baje los tipos de interés, ¡AHORA!», exigía Trump en su red social, presionando a Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal. En vano.

El juez supremo del mercado

El resultado de este movimiento sísmico fue inmediato: la rentabilidad del bono americano a diez años –referencia para hipotecas, préstamos y coste de la deuda pública– se disparó. Traducido: Estados Unidos tendría que pagar cientos de miles de millones adicionales en intereses de su deuda, que ya supera el billón de dólares anuales, más que su presupuesto de Defensa. Y estamos hablando solo de los intereses… Si añadimos que en 2025 vencerán 9,2 billones de dólares en letras del Tesoro que Estados Unidos debe abonar o refinanciar, el panorama es como para echarse a temblar. El mercado dictó sentencia: el 'emperador' está desnudo.

«No son una entidad organizada ni una cábala secreta, sino una actitud colectiva del mercado», dice el economista que acuñó el término 'vigilantes', pero bastó con que vendieran masivamente bonos americanos para frenar a Trump

Y, si hay un juez supremo de este mercado, ese es Larry Fink, el director ejecutivo de BlackRock, de 72 años. Fink empezó su carrera en un banco de inversiones de Boston y, tras perder 100 millones por una mala predicción sobre los tipos de interés en 1986, juró no volver a cometer el mismo error. Esta obsesión por el análisis de riesgos lo llevó a la creación de Aladdin, la plataforma informática que hoy monitoriza el 10 por ciento de toda la riqueza financiera mundial. El asalto definitivo de BlackRock a la cima llegó con la crisis de 2008. Mientras otros gigantes de Wall Street se tambaleaban, Fink se merendó los activos tóxicos de corporaciones en quiebra y, de paso, salvó de un apuro al Gobierno estadounidense. Este, agradecido, lo consideró un socio fiable. Y este buen rollo le permitió adquirir, a precio de ganga, negocio tras negocio. Hoy, su poder es incontestable. En marzo, BlackRock compró el 90 por ciento de los puertos del Canal de Panamá por 22.800 millones, coincidiendo con el anuncio de la Casa Blanca de que pensaba recuperar esta estratégica zona de paso.

Si BlackRock es la reina de las gestoras privadas, el Fondo de Pensiones Global del Gobierno de Noruega representa el poder de los fondos soberanos. Con 1,7 billones de euros (más que el PIB de España), este fondo nació con el objetivo de gestionar los ingresos del petróleo y el gas del mar del Norte para generaciones futuras, aunque luego se diversificó de manera extraordinaria. A diciembre de 2024, cada noruego tenía 360.000 euros garantizados en él.

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Salim Ramji (Vanguard) | El ahorrador de pueblo. De origen indio, Ramji controla 8 billones de dólares desde un tranquilo pueblo de Pensilvania. El fondo fue creado por John Bogle, quien revolucionó la industria en 1975 al crear los fondos indexados, ETF, un tipo de fondo que cotiza en Bolsa y que incluye diferentes valores, lo que permite diversificar de forma más eficaz.

¿Pero cómo han conseguido estos gigantes acumular tanta influencia? Las razones son varias, pero la principal es sorprendente. El envejecimiento demográfico en economías avanzadas ha creado una necesidad insaciable de vehículos de ahorro para la jubilación. Cientos de millones de trabajadores de clase media han canalizado sus ahorros hacia fondos de pensiones que, a su vez, delegan la gestión en estos mastodontes por su eficiencia.

Otra es su dominio del mercado de ETF (fondos cotizados), que ha transformado la industria financiera. Los ETF permiten invertir en una cesta de activos (índices bursátiles, bonos, acciones, materias primas, 'criptos', lo que sea…) con la flexibilidad de negociar todo el pack en Bolsa como si fuera una acción, pero con unas comisiones mucho más bajas. Es un vehículo de inversión que popularizó la gestora Vanguard y que resulta ideal para canalizar enormes cantidades de capital. Y cuanto más capital atraen, más pueden reducir sus comisiones.

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Nicolai Tangen (Fondo Noruego) | Petrodólares vikingos. Es el guardián de las pensiones noruegas, administradas por un fondo que se creó con los ingresos del petróleo y que destaca por su transparencia. En febrero, Elon Musk le recriminó que votase en su contra en el último consejo de Tesla, una de las casi 9000 empresas en las que el fondo participa.

La tecnología propietaria ha sido otro factor decisivo. El mencionado sistema Aladdin de BlackRock representa el ejemplo más sofisticado: una plataforma de análisis de riesgos y gestión de inversiones que no solo maneja los activos propios de BlackRock, sino que se licencia a competidores y bancos centrales. Este sistema otorga a BlackRock una visión privilegiada de los flujos financieros que ningún otro actor, ni siquiera la mayoría de los gobiernos, posee.

La razón principal de su poder es sorprendente: El envejecimiento crea una necesidad insaciable de vehículos de ahorro para la jubilación, y los fondos de pensiones delegan su gestión en estos mastodontes

Por último, la concentración extrema en el sector, que se ha acelerado en los últimos años. Y que conviene ver con una perspectiva histórica. La evolución del poder financiero global es un péndulo entre bancos centrales y mercados. ¿Recuerdas cuando Portugal, Irlanda, Grecia y España eran PIGS y la prima de riesgo (el diferencial con el bono a diez años de la solvente Alemania) abría los telediarios todos los días? Entonces, los 'vigilantes de los bonos' estaban atacando sin piedad al euro. Hasta que Mario Draghi, entonces presidente del Banco Central Europeo, pronunció su célebre «haré lo que haya que hacer» en julio de 2012. Y lo que hizo fue mantener los tipos de interés cercanos a cero, imprimir dinero a espuertas y lanzar enormes programas de compra de deuda soberana. La pandemia de 2020 intensificó esta dinámica. Era la época del 'dinero gratis', que, de paso, también cebó y lustró a los grandes fondos, que dormitaban la digestión como cocodrilos en la orilla de un lago.

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Algoritmos 'matones'. El trading de alta frecuencia (transacciones en milisegundos) ejecuta el 60 por ciento de las ventas de bonos. Estos sistemas automáticos no se 'casan' con nadie. El caso de Liz Truss en Reino Unido demostró que pueden tumbar gobiernos en cuestión de días. Su presupuesto plagado de recortes fiscales sin respaldo provocó una venta masiva de bonos británicos, lo que disparó los costes de financiación y forzó su dimisión.

Todo cambió cuando la inflación resurgió en 2021. Los bancos centrales respondieron con agresivas subidas de tipos, y ahora nos encontramos en un escenario radicalmente distinto: inflación persistente, deuda pública en máximos históricos (124 por ciento del PIB en Estados Unidos), déficits fiscales a gogó y bancos centrales que ya no pueden o quieren ser compradores de última instancia. El péndulo del poder está oscilando de vuelta hacia los mercados, justamente cuando la economía mundial se enfrenta a múltiples desafíos: tensiones geopolíticas, transición energética, guerra de Ucrania y cualquier cisne negro que agite sus alas… El resultado es un ecosistema financiero donde BlackRock, Vanguard y State Street son colectivamente los mayores accionistas de casi el 90 por ciento de las empresas del S&P 500, uno de los índices bursátiles más importantes del mundo. ¿Y adivinas quién han decidido que es el PIG ahora?

Vocabulario básico para moverse en los mercados

Vigilantes de bonos (‘Bond Vigilantes’). Término acuñado por el economista Edward Yardeni en los años ochenta para referirse a los inversores en bonos que ‘vigilan’ y ‘castigan’ a los gobiernos cuando consideran que sus políticas fiscales o monetarias son irresponsables.

Rendimiento o ‘yield’. Es lo que los inversores exigen como compen-sación por prestar su dinero. Mide la rentabilidad del bono.... Leer más

Si bien la capacidad de estos gigantes financieros para moderar las 'locuras' de Trump ha sido recibida con un suspiro de alivio generalizado (de momento, solo China y Estados Unidos siguen con su particular pulso), el fenómeno plantea interrogantes profundos sobre la democracia. El caso del Reino Unido resulta revelador. No solo tumbaron el gobierno conservador de Liz Truss cuando presentó un presupuesto lleno de recortes fiscales que consideraban inviables, sino que ahora el primer ministro laborista, Keir Starmer, se ha visto obligado a recortar el gasto social porque los mercados decidieron que era demasiado generoso. Larry Fink, que se reunió hace unos días con Starmer, lo ha 'premiado' anunciando la compra de deuda británica por parte de BlackRock. Y dejó caer una perla: «Ha llegado el momento de la capitulación en Europa, donde los gobiernos por fin reconocen que sus problemas son tan serios (léase: sus cuentas no cuadran) que tienen que cambiar de rumbo y apostar por el crecimiento». Los 'vigilantes de bonos', en definitiva, se han erigido en los vigilantes de los gobiernos. Pero si no rinden cuentas ante ningún electorado ni comparecen ante comisiones parlamentarias ni explican sus decisiones más allá de sus accionistas, ¿quién vigila a los vigilantes?

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